Lamiendo las mejillas de la muerte.

 





Todo sucedió en un pequeño garage color blanco, en una villa española. Los techos bajos facilitaban el paso de corrientes de aire frío y las estructuras metálicas originaban un eco muy particular, esa atmósfera única que era lo que justamente se buscaba para romper con el pasado.

En ese espacio, durante una mañana de 1992, el vocalista de Depeche Mode, en su versión más junkie, entregó la que años más tarde recordaría como la interpretación de su vida: “Condemnation”.

Cuando el barbón Dave Gahan se quitó los audífonos y abandonó cabizbajo la cabina de grabación, los presentes en el cuarto de control quedaron en silencio, helados. Entonces, el productor de la placa Songs of Faith and Devotion, Flood, gritó con ojos temblorosos: “¡Impresionante!”

“Alan Wilder (tecladista) me dijo… ‘Es probablemente lo que mejor has cantado’. Y creo que sí, lo fue. Por dentro me estaba quebrando, pero al mismo tiempo sentí emoción, felicidad”, rememoró Gahan.

Era la composición que, por un lado, saciaba como ninguna otra las expectativas del esquelético cantante y que, por otro, estaba destinada a mantener viva a la banda de Basildon. Porque el propio frontman, cansado de los sonidos inmaculados del álbum Violator, había advertido en 1991 que si los nuevos demos del letrista Martin Gore no eran radicalmente distintos, él abandonaría en definitiva el laboratorio Mode. Para fortuna de los adoradores del grupo, las maquetas de “Condemnation” y “I Feel You” fueron lo primero que Dave escuchó. Y le volaron la cabeza.

Cierto que había futuro, pero el problema estribaba en el costo. El mundo esperaba la consolidación de la cuadrilla tras el triunfante World Violation Tour, así que la presión era el quinto integrante… y en aquella casa madrileña, adaptada como estudio musical, el horno yacía encendido a deshoras.

La encomienda particular era elevar el toque gospel del demo de “Condemnation”, así que tanto los Mode como el productor intentaron incorporar todos los sonidos posibles. “(Andrew) Fletcher le pegaba a un estuche con un palo, Flood y Dave aplaudían, yo golpeaba un tambor y Martin tocaba el órgano”, dijo Wilder.

Tras el experimento, quedó un embrión suficiente sobre el cual el hombre de los varios tatuajes ofreció esas memorables notas. Menuda victoria si se considera que la vida de Gahan era entonces como la de un leopardo en plena huida: vertiginosa, descontrolada, caótica, en extremo emocionante y sin mayor garantía de futuro que las siguientes 24 horas. En su bitácora se consignaban una infancia inestable, un primer matrimonio roto, ofertas de cocaína a una llamada de distancia y un nuevo reto como pareja de Theresa Conroy, otrora directora de relaciones públicas de Depeche que flechó al cantante en pleno tour, al grado de que éste, un buen día, llamó a la puerta de su hogar en West Hollywood con una maleta llena de ropa y dos flacos brazos listos para recibir aguijones de heroína. Este trajín se mezclaría con los numerosos conciertos del Devotional Tour, extenuante recorrido que entre 1993 y 1994 puso al entonces cuarteto en la cornisa. Y a su frontman, adicto como nunca antes, lamiendo noche a noche las mejillas de la muerte.

“Debí haber estado en un espacio de inmenso dolor en mi vida como para cantar así ‘Condemnation’. Le exigí todo a mi cuerpo para sacar algo de tal tamaño”, confesó Dave sobre el sencillo que entrañaba su suplicio y que, tras ser lanzado, subió hasta el noveno sitio del chart en Reino Unido.

Un lustro después de estos lacerantes pasajes, sería otro hombre, uno sin melena, barba ni ganas de morir. Vería en el espejo una criatura rasurada, absuelta y sin marcas rojas en los brazos.

“Accusations, lies, hand me my sentence, I’ll show no repentance, I’ll suffer with pride…”


Texto de Radiolaria